31 Jul AMAR EL CUERPO – Dora Gil
Amar, desde la perspectiva limitada en la que solemos concebirnos, como cuerpos separados unos de otros, se hace a veces muy difícil, por no decir imposible. La experiencia del amor es, en sí misma, disolución de toda separación, reconocimiento de la profunda unidad que somos en esencia. Identificados con tan estrechos límites corporales y encerrados en ellos, sentimos a veces frenarse o bloquearse el genuino anhelo de fusión que brota de nuestro ser.
“No nacimos sintiéndonos encerrados en cuerpos y separados unos de otros.”
Al ahondar y conectar con esa esencia que somos, quisiéramos expresar y manifestar nuestra comprensión sin restricciones en nuestro vivir cotidiano. Y a veces encontramos, justo ahí, que algo se interpone: la identificación ancestral con nuestra aparente solidez corporal, que confirma un sentido condicionado de “aquí estoy yo”, “ahí estás tú” y “entre nosotros hay separación”, integrado y asumido en nuestra psique. Se hace necesaria una “re-educación” de nuestra percepción que refleje con transparencia nuestra comprensión intuitiva.
Percibimos lo que creemos. No nacimos sintiéndonos encerrados en cuerpos y separados unos de otros. Se nos enseñó, sin embargo, a pensar así: “Todo lo que ocurre en tu cuerpo, te ocurre a ti. Si hay un dolor, te duele a ti; si aparecen ciertas sensaciones, las llamamos síntomas y significan que estás enfermo. Si no aparece, estás sano.” “Eres bajo, eres alto, estás gorda o delgada…” Es decir, aprendemos a adjudicar a lo que somos las características y variabilidades del cuerpo, identificándonos con ellas.
Un sufrimiento latente se deriva de ello, ya que supone una limitación insoportable para nuestra naturaleza amplia y radiante. Y necesita ser atendido desde la raíz, no mediante reformas o mejoras enfocadas en la forma del cuerpo, lo cual nos deja siempre en el mismo lugar inestable e inconsistente.
“Necesitamos una nueva perspectiva, una mirada completamente nueva que disuelva ese pesado condicionamiento que nos frena en nuestro anhelo.”
No somos un cuerpo, lo sabemos. Somos, en lo profundo, espacio abierto, consciencia ilimitada. Lo que llamamos “nuestro cuerpo” tiene, sin embargo, una existencia, ¿cómo negarlO? Pero no una existencia separada, como la pequeña mente lo percibe desde su identificación con el mundo de los objetos. Forma parte del constante flujo creativo del universo, está en constante movimiento unido a todo. Pero el enfoque restrictivo del pensamiento lo aísla y lo solidifica, escindiéndolo de la unidad que somos en esencia.
¿Cómo vivir de modo consistente con nuestra íntima y radiante comprensión si seguimos sintiéndonos encerrados en un sólido recipiente que parece limitarnos y definirnos, separándonos del todo por una supuesta barrera llamada “piel”? La solidez que tenemos tan asumida… ¿existe de verdad? Los contornos con los que nos definimos como cuerpos separados, ¿están realmente ahí o son el fruto de nuestro condicionamiento?
A medida que ahondamos en nuestra comprensión de nuestra naturaleza esencial, necesitamos abordar también el modo, ya caduco, con el que nos hemos habituado a percibir el cuerpo. Y permitir que nuestra percepción se haga permeable a lo que comprendemos. Si no, el cuerpo y sus sensaciones ancestrales de separación serán un lastre en la expresión libre y total de lo que comprendemos en profundidad.
“Los contornos con los que nos definimos como cuerpos separados, ¿están realmente ahí o son el fruto de nuestro condicionamiento?”
Para mí, fue así durante mucho tiempo. La consciencia de unidad que iba amaneciendo en mí se topaba con un cuerpo que parecía separarme. Mi corazón quería irradiar y mi cuerpo era vivido como una densa barrera de nubosidad. Anhelaba la liviandad y me veía sumida en capas de dolor y sensaciones pesadas que me bloqueaban. Después de mucha resistencia,empecé a darme cuenta por fin, de que este sufrimiento, que parecía frenar el amor en mí, estaba pidiendo precisamente eso, amor, en ese espacio corporal que parecía ser mi enemigo. El amor que mi alma anhelaba tenía que empezar a actualizarse en esta experiencia física tan inmediata.
Amar, para mí, tiene todo que ver con dar atención íntima y espaciosidad a todo lo que aparece en mi experiencia presente, tal como la consciencia hace continuamente. En contemplar todo con ojos nuevos, en la frescura del instante presente.
¿Por qué no empezar cuestionando todo lo aprendido sobre el cuerpo? ¿Qué tal sería abrirnos a él sin etiquetas, sin conceptos, sin historia, tal como un recién nacido lo sentiría?
Dar espacio a las sensaciones, liberarlas del encerramiento en el cuerpo, no es una locura ni una experiencia psicodélica. Tiene todo que ver con la realidad tal y como es, esa que incluso ya la ciencia nos está señalando desde hace tiempo.
“Amar tiene que ver con dar atención íntima a todo lo que aparece en mi experiencia presente.”
En la constitución profunda de eso que llamamos materia sólo hay espacio vacío y abierto. ¿Y si nos aventuramos a vivir ese hallazgo en nuestra experiencia física? A dar espacio, aliento, a contemplar que, en la experiencia real de cada sensación, no hay ninguna etiqueta de pertenencia o definición. Son oleadas de energía que suceden en el espacio abierto de la vida.
Dejemos de ser cuerpos cerrados para nuestras sensaciones, no las aislemos en algo tan limitado. Seamos espacio, espacio abierto, en el que ellas puedan moverse sin el peso de los conceptos resabiados que nos mantuvieron prisioneros al creer en ellos. Ofrezcámoslas a la Vida, en lugar de apropiárnoslas como nuestras, démosles atención amorosa, desnuda de historias y de tiempo.
Sintamos, AHORA, ESTO: este roce, este contacto, esa oleada de placer, esta punzada… intimemos con curiosidad en esa expresiones momentáneas de la vida sin solidificarlas ni retenerlas en conceptos, en síntomas, en historias. Olvidemos los nombres, lo aprendido, lo que damos por cierto.
“La piel, sentida desde dentro, ¿es una barrera que nos separa de algo o es una continuidad surcada de sensaciones vivas que no conforman un cuerpo cerrado?”
Contemplemos como exploradores atrevidos, en el silencio íntimo de nuestra experiencia, si existen realmente esos límites que imaginamos tan reales, al fiarnos de lo que nuestros ojos nos muestran. La piel, sentida desde dentro, ¿es una barrera que nos separa de algo o es una continuidad surcada de sensaciones vivas que no conforman un cuerpo cerrado?
Todo está por descubrir, adentrémonos sin temor desde la luz de la consciencia a contemplar lo que hemos estado escudriñando a través de las rendijas reducidas de una percepción engañosa que nos separaba del universo.
Abrámonos al amor, a la experiencia de la unidad verdadera, no conceptual, vivida en la transparencia de nuestro cuerpo, vehículo de la esencia.
– Dora Gil
(https://www.doragil.com/post/amar-el-cuerpo)
Foto: David Hofman